Happy (¿or sad?) feet

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Los accidentes marítimos en la mayor reserva de agua dulce del mundo son contemporáneos al boom turístico. El primer hundimiento de un crucero se registró en la madrugada del 23 noviembre de 2007. Ese día el MV Explorer, un barco de bandera liberaniana con más de 150 pasajeros a bordo, naufragó en cercanías de la Isla Bridgeman. Desde ese momento a esta parte, la lista es larga. No siempre fueron cruceros, aunque siempre fueron desastres que impactaron en el ecosistema.

Andrés Calamaro supo decir que el turismo frenético descomponía los lugares, los estereotipaba. Esto es un análisis sociológico del turismo. También, el turismo como hecho hedonista, mata. Destruye en serio. Y eso empieza a pasar con la Antártida.

Cuando se desea conocer el continente polar del sur, las condiciones para planear un viaje no son las óptimas. El mes más cálido del año no supera los 0° grados, y el viento navega a 200 km por hora sin pestañear. Pero todos quieren conocer La Antártida. Todos quieren tener su bautismo blanco. Tanto, que en la temporada 2008-2009, de acuerdo con las cifras elaboradas por la International Association of Antarctica Tour Operators (IAATO), arribaron a sus costas más de 46 mil turistas, en su mayoría atraídos por el pingüino Emperador y la impetuosa necesidad de una vivencia extrema. Sin embargo, el Continente Blanco parece estar sintiendo tan asfixiante devoción. “Más temprano que tarde, los gobiernos necesitarán abordar la cuestión del número total de visitantes”, declaró en 2009, Jim Barnes, director de la coalición Antarctic and Southern Ocean Coalition (ASOC), que agrupa a unas cien organizaciones ambientales del planeta.

Estas voces y las de algunos países, han logrado incluir en la agenda anual de la Reunión del Tratado Antártico – que agrupa a las 49 naciones -entre ellas Argentina- la preocupación por el incremento del negocio turístico en detrimento del ecosistema de la zona. “La Antártica como tal, no es un lugar turístico, es decir, no está preparada para recibir turistas”, responde Samuel Leiva, Organizador de Campañas de Greenpeace. El temor de que algún barco choque con un iceberg o encalle en un bajío sin cartografiar es cada vez más creciente. “Por lo tanto, es necesario que los cruceros estén regulados por las normativas provenientes de la reunión del Tratado Antártico”.

La Antártida es un lugar que ostenta el extraño privilegio de ser el único espacio terrestre del mundo sin un titular gubernamental. Sólo es regulado por el tratado anteriormente mencionado, que fuera celebrado en Washington en 1959. Acefalía institucional que representa un inconveniente a la hora de imponer argumentos. “No siempre es fácil llegar a acuerdos entre países muy diversos, pero la Reunión del Tratado Antártico que se celebró el pasado año prohibió el uso de fuel pesado. Medida que permitirá controlar o evitar el impacto del turismo”, explica desde España, Javier Benayas, Profesor Titular del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. La enmienda de la Organización Marítima Internacional (IMO) que prohíbe el uso y transporte de combustible pesado (HFO) dentro de la zona del Tratado, entró en vigencia el 1 de agosto de 2011.

El biólogo Benayas junto al geógrafo catalán Martí Boada, realizaron, entre 2008-09, uno de los papers más lúcidos sobre el tema en cuestión. El trabajo “Valoración del impacto ambiental del turismo comercial sobre los ecosistemas antárticos” promovido por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España y con el patrocinio de la Fundación Abertis arrojó como resultado que “las emisiones del turista antártico son de 4,39 toneladas de CO2 y la cantidad de residuos por pasajero de 3,5 kg”

En ese sentido, Walter Patricio Mac Cormack, biólogo, Jefe del grupo de microbiología del Instituto Antártico Argentino y profesor adjunto en la UBA, aporta su mirada al problema, “es crucial definir muy bien dónde pueden descender pasajeros y dónde no. También es importante regular cuántos. No es lo mismo que circulen diez personas por día que si lo hacen mil. Y el cómo actúan y se comportan esas personas en el terreno es un factor determinante del impacto causado”. Si a este minucioso análisis le anexamos la deficiente aplicación de los protocolos marítimos durante la época de los cruceros –entre noviembre y febrero-, el peligro de contaminación por los derrames de petróleo provocado por accidentes navieros y la consecuente alteración de la flora y la fauna, el resultado se vuelve complejo.

Los accidentes marítimos en la mayor reserva de agua dulce del mundo son contemporáneos al boom turístico. El primer hundimiento de un crucero se registró en la madrugada del 23 noviembre de 2007. Ese día el MV Explorer, un barco de bandera liberaniana con más de 150 pasajeros a bordo, naufragó en cercanías de la Isla Bridgeman. Desde ese momento a esta parte, la lista es larga. No siempre fueron cruceros, aunque siempre fueron desastres que impactaron en el ecosistema. En 2010 una embarcación japonesa embistió al barco ecologista Sea Sephard. En diciembre de ese mismo año, un pesquero de 614 toneladas llamado Number One Insun, se hundió por razones aún desconocidas. En mayo de este año, un yate brasileño hizo lo propio a unos 500 metros de la bahía Fildes, donde se encuentra la base antártica chilena. En alguno de los casos hubo que lamentar víctimas. En todos, alteración ambiental por el derrame de combustible.

La Antártida comenzó a ser blanco del turismo en 1958 con el arribo del crucero Les Eclaireurs. Ocho años más tarde, las visitas se hicieron regulares. En 1980 ya recibía más de mil personas por año. Según la IAATO, el ingreso de pasajeros a la zona antártica, durante la temporada 2011-2012, marcó un descenso del 22% en relación al año anterior, como consecuencia de la prohibición del combustible pesado. Sólo 26.519 visitantes anclaron en el sitio más inhóspito de la tierra, en donde no hay hoteles. A propósito de la merma, “es probable que se asuman restricciones mayores. A través de ASOC, durante la reunión celebrada en Hobart, Australia, en junio de 2012, exigimos que se revisen las reglas generales para el turismo antártico desde una perspectiva y análisis más estratégicos”, sentencia Leiva desde Greenpeace.

Los ecologistas desde su activismo y los científicos desde su trabajo académico parecen unidos por una misma causa: proteger al continente blanco. Sin embargo, la Antártida no pertenece a ningún país. Es de todos y de nadie. Y acaso ese sea el principal problema.

Antarktos

En lo hondo de mi sueño el gran pájaro susurraba extrañamente

Hablándome del cono negro de los desiertos polares,

Que se alza lúgubre y solitario sobre el casquete glaciar.

Azotado y desfigurado por los eones de frenéticas tormentas.

Allí no palpita ninguna forma de vida terrestre:

Sólo pálidas auroras y soles mortecinos

Brillan sobre ese peñón horadado, cuyo origen primitivo

Intentan adivinar a oscuras los Ancianos.

Si los hombres lo vieran, se preguntarían simplemente

Que raro capricho de la Naturaleza contemplan:

Pero el pájaro me ha hablado de partes más vastas

Que meditan ocultas bajo la espesa mortaja de hielo.

¡Dios ayude al soñador cuyas locas visiones le muestren

Esos ojos muertos tras abismos de cristal!

Howard Phillips Lovecraft (20 ago 1890 – 5 mar 1937)

Las interrogantes para hoy son: ¿asignamos una medida al turismo? Es decir, ¿orientamos nuestra planificación, hasta donde sea posible, para establecer límites en el flujo de visitantes y actividades en lugares y recintos susceptibles de desgaste sin renovación, para la oferta y para la disponibilidad de los atractivos, cuando, el descontrol está en progreso y la actividad del turismo sigue creciendo? o ¿nos proponemos medir, no sólo la carga turística o del turismo sino los efectos e impactos negativos que se están produciendo y son provocadas por el agotamiento y la ruptura de las estructuras de lugares y atractivos? se pensó encontrar la solución en el turismo sostenible, que pregona una conservación ambiental, una garantía de preservación sociocultural y una renta equilibrada y sostenible en el tiempo. (Jorge Amonzabel, Red Social Turismo Rural, Bolivia)