Todo el equipo miraba un centro virtual, flotante, en la mesa real. Había en el aire un decálogo fantasma que buscaba parirse en algo concreto. Volverse Manifiesto. Ese conjunto de principios que soportase el sueño inmenso de algo distinto.
La gesta de una revista puede ser un afrodisíaco potente para el cerebro, a lo que debería continuar una alta producción de endorfinas para mantener las cosas funcionando. Pero no se trataba sólo de vértigo.
Noche, día, eventos, personas, lugares. Todo esto ocurre inexorablemente, no hay freno o modificación posible. Sólo podíamos elegir estar o no estar en ellos. Nuestro cuestionamiento iba más allá: no queríamos hacer algo por el mero hecho de hacer, figurar. Llegamos a prometernos un solo número si fuera necesario, pero nacer y morir honrando el concepto de VLOV: parecernos más a nosotros mismos.
Seguíamos con la mirada perdida. No había sincronismo en las respiraciones, aunque se cocinaba a paso lento el caldo del proyecto.
Cuando apareció repentinamente entre humo y luces de neón, un Tibor Kalman reencarnado para darnos un cachetón de sinceridad. Lo que había pensado más de 10 años antes era contemporáneo a nuestras ideas. Kalman golpeó la mesa y, mirándonos a las ganas, nos dijo: si yo estuviera en el staff de esta revista, haría algo rebelde como semita sin chicharrón, recuperaría la siesta con título de propiedad, revitalizaría el alma del lejano oeste, este mismo, más valioso que cualquier otro oeste. Porque es propio, y eso ya lo hace único.
Y fue sólo entonces cuando nos incorporamos decididos y volamos por el balcón del segundo piso, a buscar lo sanjuanino que habita en los rincones de Dios (y el Diablo).
Esto es sobre la batalla entre los individuos con una pasión marcada en si trabajo y los anónimos comités corporativos de hoy, quienes dicen saber comprenderlas necesidades de la audiencia masiva.
Y son ellos quienes están eliminando las idiosincrasias, puliendo los dientes, creando un sentimiento cultural sobre la pasión y el pensamiento que no será ni amado ni odiado por nadie.
Ahora, virtualmente todos los medios, arquitectura, productos y diseño gráfico han sido eximidos de ideas, de pasión individual y han sido relegados a un rol de servidumbre corporativa, llevando a cabo estrategias corporativas e incrementando los valores de las acciones.
La gente creativa está trabajando al final de la línea.
Los editores de revistas han perdido su independencia de edición y trabajan para comités de editores quienes trabajan para comités de anunciantes. Los guiones de TV son corregidos por productores, anunciantes, abogados, especialistas en investigación. Capas y capas de ejecutivos pagos quienes determinan si los guiones son lo suficientemente estúpidos como para entret ener a los que ellos denominan ‘el más bajo denominador común’.
Los estudios de filmación ponen películas frente a grupos determinados para saber si un final complacerá a las audiencias objetivo. Todos los autos son iguales. Las decisiones arquitectónicas son tomada s por contadores. Los anunciantes son estúpidos. El teatro está muerto. Las corporaciones se han convertido en los únicos árbitros de las ideas culturales y el gusto en América.
Nuestra cultura es una cultura corporativa. La cultura solía ser el opuesto al comercio, n o una ruta rápida al ‘contenido’ derivado de los ricos. No hace mucho tiempo los capitanes de la industria, sin ser ángeles por la forma en que adquieren su riqueza, pensaron que parte de su responsabilidad era utilizar sus millones para apoyar la cultura. Carnegie construyó bibliotecas, Rockefeller construyó museos de arte, Ford construyó su fundación global. ¿Qué obtendremos ahora de nuestros billonarios Gates, Eisner o Redstone? Lanzadores de ventas. Correo basura.
Mientras tanto, la gente cr e ativa ve su trabajo reducido a ‘contenido’ o ‘propiedad intelectual’ . Las revistas y películas se convierten en “sistemas de distribución” para mensajes de productos.
Pero para ser justos, lo antedicho sólo es cierto en un 99%.
Yo ofrezco una solución realista: hallar las grietas en la pared. Hay muy pocos empresarios lunáticos que entenderán que con la cultura y el diseño no se trata de engordar billeteras, sino de crear un futuro.
Ellos entenderán que la riqueza es un medio, no un fin. Bajo otras circ unstancias podrían haberse convertido en alguien como usted, lunáticos creativos. Créame, están ahí. Cuando los encuentre trátelos bien y use su dinero para cambiar el mundo.”.
Tibor Kalman. New York, Junio de 1998