San Juan en 4 misterios

No soy un turista experto. Realmente no lo soy. No van a encontrar en estas líneas, una idea de San Juan elaborada por alguien que haya examinado a esta hermosa provincia con los ojos de un viajante. Por el contrario, mi visita a San Juan estuvo signada por una dualidad: la suerte de estar en el centro de una familia que me abrió las puertas de su casa, y los descubrimientos que compartí con ellos.

San Juan es a toda luz, una joya escondida. Para los que venimos de más allá de 1000 km de distancia, los ecos de las leyendas sanjuaninas se nos escapan. Sí, todos escuchamos hablar del Valle de la Luna y de los vinos sanjuaninos. Pero, a riesgo de hablar por el imaginario social bonaerense, es más probable que tengamos una idea más cercana de la población, costumbres y geografía de Alaska que de la de San Juan.

Y no es que Alaska tenga mucho más que ofrecer. Es que la belleza sanjuanina se ve polarizada entre ciudad y rutas, y ni una ni otra, son lo que uno se imagina. La duda es ¿cómo logró San Juan esconderse tanto? Durante muchos pasajes de mi estadía me sentí un explorador de suelos vírgenes. Con alegría, al ver que la huella destructora humana todavía no ha corrompido todo; con algo de tristeza al pensar en todo lo que esta provincia tiene para dar y ganar, si se trabaja para ello.

La diferencia es clara: cuando volví, en lugar de preguntarme “¿Cómo me fue en San Juan?”, la mayoría de mis conocidos me preguntó “¿Cómo es San Juan?” Mi primera respuesta fue la obvia: GRANDE.

#1

Lo primero que te asombra de la ciudad son sus dimensiones. Sus largas cuadras, sus estructu- ras, sus parques. Por eso caminarla es sorprenderse: uno no sabe lo que va encontrar, hasta que pasa por allí. A dos cuadras puede haber un club deportivo, una peatonal llena de gente o simplemente un barrio de casas bajas.

#2

Lo segundo que me viene a la mente, al recordarla, es la gente. Puertas abiertas, amabilidad, cercanía. El trato entre todos es más que familiar, como si un pequeño barrio un día se hubiese despertado con más de un millón de habitantes. Personas cálidas, que se sienten orgullosas de su provincia (con motivos) y que quieren mostrártela, siempre atentos a tu opinión. Fui privilegiado de compartir cumpleaños, celebraciones, reuniones de amigos y hasta un partido de paddle. No me sentí extraño ni lejano. Las personas de allí compartían el sentido del humor, la perspicacia y la astucia que los porteños claman para sí mismos.

El ritmo de San Juan ciudad también me recuerda al barrio. Los días en la ciudad tienen dos partes muy marcadas divididas por la siesta. Es increíble ver cómo la ciudad se reactiva después de las 19 hasta entrada la noche. Una noche que no tiene nada que envidiarle a otros centros urbanos, como los costeros o los bonaerenses. La oferta gastronómica es variada, tanto como lo son bares, y discos.

#3

Otra es la cara de la provincia, afuera de las fronteras de la ciudad. Allí crece la inmensidad. Allí es donde se respira la libertad y los horizontes interminables. No me voy a extender sobre la belleza natural del lugar. San Juan son millones de colores, de piedras, de diques, de arbustos y de campos. Son hallazgos y son cielos infinitos.

La pampa del Leoncito, los observatorios del Parque Nacional, la ruta del vino, el jardín de los poetas, los viñedos. Todo se encontraba allí, para los que pudieran llegar.

San Juan te presenta un desafío. Es como si tuvieses que ganarte la posibilidad de conocerla.Como si estuviese esperando sólo a los que se atreven a ir más allá de las fronteras. No hay marcas de huellas de combis, ni pies de turistas, ni filas para tomarse fotos en los miradores. Yo tuve mucha suerte. Mis anfitriones provinciales conocían los caminos y me hicieron ver los mejores recorridos a bordo de una 4x4.

¿Pero qué hubiese pasado si iba solo? Hubiese vuelto sin conocer la verdadera San Juan. Los folletos municipales tampoco daban mucha data, y los mapas que entregaban eran menos que específicos. Esa es la tercera de las sorpresas sanjuaninas: ¿Por qué se mantiene tan oculta?

#4

La cuarta sorpresa es la belleza de las mujeres de San Juan. Quizá sea por la distancia que la separa de Buenos Aires, o quizá por una conspiración interprovincial para mantenerlas en secreto. Altas, morenas, rubias, de ojos color café, exuberantes, cristalinas, delicadas. Pareciera que alguien le adicionó a una tribu de modelos, la calidez y la simpleza de las chicas del barrio. Nada que envidiarles a las míticas chicas rosarinas, que se autoproclaman las más lindas del país.

Con todas estas gustosas sorpresas, es fácil entender por qué al estar allí, los visitantes como yo, no tenemos ganas de volver a Buenos Aires. San Juan te va seduciendo, hasta que ya no querés dejarla atrás. Con los ojos de un “extranjero”, se ve como un lugar para crecer y proyectar. Un lugar de oportunidades y de misterios por descubrir. Con los ojos de alguien que la recuerda a la distancia, San Juan es uno de esos lugares a los que uno siempre piensa en volver, la próxima vez, acompañado por un grupo más grande de amigos, esperando abrirles sus ojos a uno de los secretos más hermosos.